El evento en el O2 Arena logró atraer multitudes con presentaciones de grandes artistas como Take That y Machine Gun Kelly. Sin embargo, se dedicó menos tiempo a los coches, a pesar de tratarse de una gala automotriz. Cada equipo tuvo apenas siete minutos para mostrar sus vehículos, más ocupados en producciones cinematográficas que en el rugir de motores.
El verdadero espectáculo estuvo lejos de los coches: fue una exhibición de luces, explosiones controladas y actuaciones musicales. La esencia de las carreras quedó relegada a un segundo plano mientras las multitudes disfrutaban de una experiencia sensorial más que técnica. El enfoque se dirigió a las personas sobre la pista: los pilotos que, sin moverse de sus asientos, robaban la atención en lugar de sus máquinas.
Max Verstappen, al ser consultado sobre el evento, no mostró entusiasmo, más curioso que emocionado. Y aunque los seguidores en su mayoría no buscan ver a los conductores bajo tensión, sino verlos simplemente "estar", este espectáculo no cumplió con las expectativas de los puristas del deporte.
Un vistazo rápido a la audiencia reveló la realidad: los asistentes no estaban allí para ver autos, sino a sus héroes deportivos. La conexión emocional con los pilotos como Lando Norris o Charles Leclerc superó cualquier interés por las nuevas novedades técnicas o el diseño de coches.
Aunque el evento pareció una distracción de la esencia pura de la F1, esta es una desviación consecuente en el espectáculo de carreras modernas. La F1 no trata solo de velocidad; es una saga de personajes y relaciones, más telenovela que deporte implacable.
El evento F1 75 presentó más espectáculo que coches, centrándose en la emoción de los seguidores por los pilotos. Las carreras quedaron en segundo plano en favor de deslumbrantes actuaciones, mostrando un cambio en cómo se percibe y vive la Fórmula 1 hoy. En última instancia, el evento destacó más por las emociones suscitadas en los asistentes que por las novedades técnicas en pista.